viernes, 19 de febrero de 2010


Hoy lo vi. Apareció de repente, sin ser llamado. Sólo volteé y ahí estaba él, sonriéndome incómodo. Todos nos miraban, no podíamos hablar como antes. Nos comunicamos de forma silenciosa. Pedimos a gritos poder estar juntos. Solos. Y en cuanto hubo una posibilidad no lo dudamos. Salimos derechitos y sin mirar atrás. Cuando lo logramos por fin pudimos respirar. Por fin pudimos decir en voz alta lo que nuestros corazones sentían. Fue tan lindo tenerlo ahí. Y cuando callamos, demasiado sumergidos en otras cosas, su presencia me reconfortó. Apoyé mi cabeza en su hombro y no hicieron falta más palabras. Y cuando se quedó conmigo quise llorar de felicidad. Había renunciado para estar conmigo. Su sonrisa iluminó mi día y mi noche. Lo vi dormir, demasiado exhausto como para mantener los ojos abiertos. Cuando abrió los ojos después de unos minutos yo lo seguía mirando. Pude ver en su mirada lo alagado que estaba por eso. Había llegado la hora de despedirnos. Todos nos miraban otra vez, eso no se nos escapó. Nos saludamos como si no hubiese pasado nada. Enterramos en mi habitación los secretos de esa tarde. Y se fue como había llegado, de repente y sin ser llamado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario